1 may 2006

EL FUTBOL HECHO PELOTA. La crisis del ascenso y el mito del aguante



El Fútbol del ascenso tiene una rica historia, mucho de mito y una crisis eterna, donde se mezclan violencia, pobreza, improvisación y negocios sucios. Pero en algún lugar está el hincha que sostiene la ilusión de llegar a ser grande, aunque a veces termina transformándose en el enemigo que le impide llegar a ese sueño. Historias y personajes que construyen una leyenda que resiste el paso del tiempo. Opinan Alejandro Fabbri, Norberto Verea, Eduardo Sacheri, Alejandro Apo, Ariel Scher, Ezequiel Fernández Moores y Daniel Console.


El fútbol de ascenso es un universo pequeño que encierra la identificación del club con un barrio. Un microclima de pasiones, roscas, y un posible negocio que en muchos casos nunca es tal. ¿Por qué razón un pibe se hace hincha de un club de la "D"? ¿Por una cuestión de amor filial? ¿Por una identificación con su lugar de pertenencia? Para el jugador, ¿qué sentido tiene jugar en las categorías menores sabiendo que nunca llegará a trascender? y para el empresario ¿será el primer escalón para engrosar la cuenta bancaria?

El ascenso ya no es aquella postal romántica de antaño, pero todavía guarda cierto romanticismo. La cancha pelada, un único juego de camisetas, zapatillas en vez de botines, jugadores que viven para el fútbol y no de él, tribunas sin tablones, plateas sin butacas, un grupo de muchachos que se juntan para crear un club de barrio agarrados de la utopía de llegar a ser grandes algún día, son algunas de las características comunes que todavía subsisten.

En general, el fútbol de estos tiempos tiene como prioridad la ganancia para los empresarios y representantes con el aval de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), y paralelamente, -vaya paradoja- en las tribunas se va imponiendo la denominada" cultura del aguante". Así, las antiguas entidades sin fines de lucro quedaron como un sello de goma. El viejo Sportivo Barracas hoy es el privatizado Barracas Bolívar y juega en la ciudad bonaerense homónima; para dirigir los técnicos llevan sus sponsors; los jugadores llevan sus representantes, algunos dirigentes pagan viáticos con Planes Trabajar y los hinchas se preocupan solamente por salir en televisión para mostrar quién la tiene más grande. A pesar de todo, algo del pasado sigue presente. La cancha de Ferrocarril Urquiza, en Villa Lynch, está igual que hace 50 años -pese que su fútbol esté gerenciado-: las tribunas construidas con los durmientes del ferrocarril lindante, las copas de los árboles cubren el sector visitante e incluso hay un parque con calesitas y toboganes. El estadio" Antonio Arias" del club Liniers, en Villegas, sigue teniendo la cabina de transmisión más grande del mundo -según los relatores que la visitaron- ya que los periodistas relatan los partidos desde los techos de los vestuarios, detrás de uno de los arcos. En Victoriano Arenas el rechazo violento de un jugador termina irremediablemente con la pelota flotando en las turbias aguas del Riachuelo. Justamente en ese sector de Valentín Alsina lo único que tiene vida es la cancha, que forma una especie de península rodeada por fábricas abandonadas y basurales. El ascenso está lleno de estos paisajes, algunos más decadentes y otros pintorescos. En definitiva, la marginalidad seguirá siendo su marca distintiva a pesar de los sponsors, de los empresarios fantasmas y del show televisivo.

Ahora bien... ¿desde qué lugar se puede reivindicar este fútbol?, ¿cuál es el atractivo? Para el escritor Eduardo Sacheri, autor de Esperándolo a Tito, la pasión del hincha se explica por la pureza de su amor. "El hincha de Morón sabe que nunca jamás va a jugar la Copa Libertadores. Es como una vivencia de horizontes limitados pero igualmente vividos. Si la pasión del hincha del ascenso resulta aparentemente desmedida, es porque la gratuidad de su amor es más evidente. Vos sos hincha de River y tu amor también es gratuito, porque nada de lo que ganen los jugadores de River te va a llegar, ni tampoco nada del dinero que le entre a River por el pase de Lucho González. ¿Qué te va a llegar? Algo así como una pátina de gloria de la que te apropias. Ahora, cuando ni siquiera tenés esa perspectiva, ese amor es más puro y desinteresado. Un hincha de Primera no puede creer que un tipo sea de Morón, de Ituzaingó, de Liniers o de Temperley. En ese sentido, es un amor de otra dimensión".

Para Norberto Verea, quien jugó en varios clubes del ascenso, una forma de mirar este fútbol es a través del romanticismo que ciertos hinchas tienen con su club. "En mi época había un 'Colorado' que siempre iba a ver a Talleres de Remedios de Escalada. Estaba con la radio pegada a la oreja todo el tiempo, agarrado del alambrado. Sabía todos los resultados y le preguntabas: ¿cómo va Fénix? y te contestaba: 'Empata 1 a 1. Primero hizo el gol Piripicho y después le empató José Pérez a los 44 del segundo tiempo y no sabes... se quieren morir'. Y el 'Colorado' seguía ahí... preocupado. Esta clase de tipos son los que hacen a estos clubes, y son los verdaderos hinchas. Y ese tipo lo sigue a ese club porque se le hace un hábito, le tapa un montón de postergaciones de vida y además encuentra una referencia para seguir viviendo".

Un sector importante de la sociedad, especialmente la juventud, tiene problemas para encontrar un lugar de pertenencia. A esto hay que sumarle la crisis de los partidos políticos, la estructura familiar, el trabajo y la educación en el marco de un sistema que expulsa a los retrasados en la carrera del éxito. Sacheri es profesor de historia en una escuela de un barrio marginal de Merla y cuenta su experiencia: "Creo que es la identidad que queda, con lo bueno y lo malo, porque si todo lo que sos se juega ahí, cuando las cosas no salen la frustración es muy grande, y si no estás preparado para manejarla, de la frustración al adoquinazo o al balazo hay un camino corto. Son pibes expulsados. No tienen lugar y me imagino que el club no les pide nada a cambio. No es una relación afectiva. El pibe le otorga a ese símbolo todos los valores positivos que no puede descargar en otro lado. Tampoco se los devuelve, pero por lo menos no lo caga. La familia, la escuela, los vecinos lo cagan. Todo ese viejo mito de la antigua pobreza constructiva, superadora, que contenía una semilla de progreso a partir del esfuerzo y la solidaridad en los barrios ya no se ve, no existe. Lo que hay es una rivalidad fuertísima, una situación de violencia enorme, una descalificación recíproca, un racismo salvaje que se lleva a la escuela, al barrio y, naturalmente, también a la cancha. Es el único 'nosotros' que pueden construir. Pero, claro, después vienen las peleas con los otros' nosotros'" .

En el fútbol de estas divisiones menores de la AFA las precariedades quedan expuestas y las verdaderas necesidades de los clubes -divisiones inferiores, campos de juego, tareas sociales- quedan postergadas para privilegiar el negocio. Vale aclarar que la mayoría de los clubes del ascenso siempre fueron pobres -por convocatoria, cantidad de socios, escasa infraestructura y una difusión mínima en los grandes medios de comunicación-. Además, en los últimos años sufrieron la invasión de managers y representantes que vieron la veta de explotar lo poco que tienen para ofrecer: su semillero, su camiseta, su historia. Muchos gerenciamientos dejaron a los clubes en terapia intensiva, tales son los casos de Laferrere, San Miguel, Argentino de Quilmes y Yupanqui, entre otros. Por si fuera poco, la estructura de la violencia que se vio en las barras de los equipos de Primera División desde mediados de la década del' 60 se trasladó a las instituciones más pequeñas, sobre todo porque el negocio se metió en todos lados y en esos clubes la torta para repartir es más chica. Estos ámbitos, hoy por hoy, son caldo de cultivo para que políticos y sindicalistas armen sus grupos de choque para ganar las internas y garantizar que nadie los joda en el club a la hora de cerrar un buen negocio (para ellos). Verea analiza con precisión este fenómeno: "No tiene nada de glamoroso esta idea de tener una banda con treinta tipos que se la bancan y son muy pesados, a quienes el intendente o el concejal les ponen un micro para que vayan a todos lados. Esto está ligado al lumpenaje y a que estés más expuesto a que te caguen a trompadas porque estos tipos tienen impunidad, no podes opinar y te apuran con la excusa que 'nosotros lo bancamos al club en las buenas y en las malas'. Si habría un decisión estatal fuerte y seria, tal vez algún día cambie. Pero en un país donde el básico de los maestros es de 230 mangos, si yo pido una decisión estatal para un circo como el del fútbol, soy un idiota. Pero si lo hacen, capaz que en quince años tendremos menos posibilidades de ver a tipos colgados del alambre agarrándose los huevos y viviendo de ser hinchas" .
Aunque el panorama parezca desolador, todavía existe el simpatizante anónimo que colabora en forma desinteresada para pagar los premios de vez en cuando; para que los pibes de las inferiores tengan su merienda y no se desmayen en las prácticas; para que los jugadores tengan un peso en el bolsillo y puedan viajar. Está también aquel que acerca al médico amigo para que atienda al muchacho lesionado, ya que el club nunca se hará cargo de su salud ni tampoco FAA -el gremio de los futbolistas- que atiende solamente a los profesionales. Es ese hincha que nada pide a cambio, sólo la entrega total a la camiseta que sus jugadores visten. Él y solamente él sostiene la ilusión de un día llegar a ser grande. Casi una quimera. Por eso, todavía hay personajes desde donde se lo puede reivindicar a este querido fútbol del ascenso. Todavía sigue ahí, el "Viejo Víctor" pegado al alambrado de la cancha de Lugano en Tapiales, alentando a los muchachos que están en el campo. El "Viejo", supo en otras épocas, juntar dinero con su sueldo de metalúrgico e ir comprando poco a poco todos los materiales para el entrenamiento de los jugadores, desde conos y pelotas hasta redes para los arcos y banderines. Supo cortar el pasto de los terraplenes que sirven como tribunas, arregló los alambres que los visitantes rompían con furia ante un resultado adverso. También pagó de su bolsillo la concentración para el plantel cuando el naranja ascendió por segunda vez y nadie le agradeció nada. "¿Porqué lo hago?, simplemente porque los muchachos se lo merecen y para que se sientan profesionales". Claro, después llegaron los "barrabravas del mercado", los que decían que traían inversiones y jugadores de mayor categoría, los que están rodeados de obsecuentes de diez pesos para cuidarles las espaldas por si alguien opina diferente. Al "Viejo Víctor" la crisis económica le fundió el taller, y para colmo, la jubilación no le alcanza. Pero él, un optimista por naturaleza, todos los sábados sigue aferrado al alambre de la cancha de Lugano y pronuncia una sentencia que suena a utopía: "Te lo juro pibe, un día vamos a ser grandes".
por Walter Marini y Marcelo Massarino
Fotos (cancha Victoriano Arenas): Mariana Berger
Publicado en Revista Sudestada, edición nº 38, mayo de 2005

1 comentario:

  1. Anónimo5:44 p. m.

    Massarino, no censurés los mensajes!!!

    Firma: Vengador anónimo

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