La última vez que se lo vio con vida al periodista y militante Mario Bonino fue durante la tarde del jueves 11 de noviembre de 1993. Aquel día se despidió de su hijo Federico, prometió traerle figuritas a su regreso y se dirigió a un seminario que la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA) realizaba en el auditorio de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE).
Nunca llegó.
El lunes 15 de noviembre su cuerpo apareció flotando en el Riachuelo. Su asesinato sigue impune.
No todos saben quien fue Mario Bonino. Pero con esos pocos datos lo pueden incluir en una lista en que hay otros nombres que, seguramente, muchas personas tampoco conocen. Son nombres unidos por la ausencia de la Justicia, por la presencia de la Impunidad. Mario está en esa lista que hace sentir la convicción que su caso, como todos esos casos, es sólo un expediente archivado. Un expediente perdido en algún lugar que ya es inhallable. Pero su caso, su muerte, su asesinato, sigue presente en quienes no nos resignamos a olvidar. En quienes sentimos la necesidad de no perder la memoria. En quienes volvemos a contar una y otra vez esa historia, que como todas esas historias de la lista, destilan injusticia. Seguir contándola aunque el tiempo que haya pasado ya sea demasiado. Aunque la esperanza de encontrar a los culpables es cada vez más lejana y se parezca a una efímera ilusión.
La sonrisa de Mario es inolvidable, tanto como su espíritu solidario y sus convicciones ideológicas. Era un compañero valioso y necesario. De esos que caminaban por la vida con compromiso y con proyectos. Y como no podía ser de otra manera, su imaginario sobre la vida que pretendía para él, para su familia, para sus amigos, para todos, se basaba en la construcción de una sociedad mejor y más justa. Esa que en su hacer de cada día contribuía a construir con una profunda generosidad.
Por aquellos días, hace ya 17 años, Mario trabajaba en el Área de Comunicación de la UTPBA. Un tiempo difícil porque las amenazas y agresiones sobre muchos periodistas se multiplicaban casi a diario. Un tiempo que en la sociedad prevalecía el neoliberalismo, la dictadura de mercado, el menemismo, la corrupción, el poder mafiatizado, la desaparición del Estado, la concentración económica, la desocupación y la miseria.
Mario era un convencido de sus ideas, alguien que siempre aportaba algo más. Era un militante que nunca sacaba el cuerpo. Por eso resulta inolvidable su inclaudicable trabajo para garantizar, junto a otros compañeros, un histórico y multitudinario acto convocado por la UTPBA en Plaza de Mayo el 16 de septiembre de 1993, para denunciar las agresiones que venían sufriendo los periodistas. La consigna de aquel día fue "Por la Vida contra la Impunidad". Y fue justo él la víctima casi dos meses después. Una víctima mortal.
En una época donde los canales de comunicación alternativos como hoy representa muchos portales de Internet o las Redes Sociales era un sueño de ciencia ficción, todavía indigna como su asesinato casi no tuvo repercusión mediática, pese al esfuerzo de muchos periodistas por incluir aunque sea un par de líneas.
Y Mario sabía todo eso. Tenía muy claro que los grandes grupos comunicacionales formaban parte del poder real. "Para conseguir lo que uno quiere tiene que pelear", era una de las frases que más repetía a todo aquel que lo quisiera escuchar.
Mario Bonino está en el recuerdo de su esposa Felicia y en el de su hijo Federico, que ahora tiene 25 años y se siente orgulloso de quien fue su padre. También en los de sus familiares, amigos y compañeros. Por su compromiso, por su solidaridad, pero también, y fundamentalmente, porque era una buena persona. De las que se necesitan para que cada día el mundo sea un poco mejor. Y para que la Justicia no le de lugar a la Impunidad.
No todos saben quien fue Mario Bonino. Pero con esos pocos datos lo pueden incluir en una lista en que hay otros nombres que, seguramente, muchas personas tampoco conocen. Son nombres unidos por la ausencia de la Justicia, por la presencia de la Impunidad. Mario está en esa lista que hace sentir la convicción que su caso, como todos esos casos, es sólo un expediente archivado. Un expediente perdido en algún lugar que ya es inhallable. Pero su caso, su muerte, su asesinato, sigue presente en quienes no nos resignamos a olvidar. En quienes sentimos la necesidad de no perder la memoria. En quienes volvemos a contar una y otra vez esa historia, que como todas esas historias de la lista, destilan injusticia. Seguir contándola aunque el tiempo que haya pasado ya sea demasiado. Aunque la esperanza de encontrar a los culpables es cada vez más lejana y se parezca a una efímera ilusión.
La sonrisa de Mario es inolvidable, tanto como su espíritu solidario y sus convicciones ideológicas. Era un compañero valioso y necesario. De esos que caminaban por la vida con compromiso y con proyectos. Y como no podía ser de otra manera, su imaginario sobre la vida que pretendía para él, para su familia, para sus amigos, para todos, se basaba en la construcción de una sociedad mejor y más justa. Esa que en su hacer de cada día contribuía a construir con una profunda generosidad.
Por aquellos días, hace ya 17 años, Mario trabajaba en el Área de Comunicación de la UTPBA. Un tiempo difícil porque las amenazas y agresiones sobre muchos periodistas se multiplicaban casi a diario. Un tiempo que en la sociedad prevalecía el neoliberalismo, la dictadura de mercado, el menemismo, la corrupción, el poder mafiatizado, la desaparición del Estado, la concentración económica, la desocupación y la miseria.
Mario era un convencido de sus ideas, alguien que siempre aportaba algo más. Era un militante que nunca sacaba el cuerpo. Por eso resulta inolvidable su inclaudicable trabajo para garantizar, junto a otros compañeros, un histórico y multitudinario acto convocado por la UTPBA en Plaza de Mayo el 16 de septiembre de 1993, para denunciar las agresiones que venían sufriendo los periodistas. La consigna de aquel día fue "Por la Vida contra la Impunidad". Y fue justo él la víctima casi dos meses después. Una víctima mortal.
En una época donde los canales de comunicación alternativos como hoy representa muchos portales de Internet o las Redes Sociales era un sueño de ciencia ficción, todavía indigna como su asesinato casi no tuvo repercusión mediática, pese al esfuerzo de muchos periodistas por incluir aunque sea un par de líneas.
Y Mario sabía todo eso. Tenía muy claro que los grandes grupos comunicacionales formaban parte del poder real. "Para conseguir lo que uno quiere tiene que pelear", era una de las frases que más repetía a todo aquel que lo quisiera escuchar.
Mario Bonino está en el recuerdo de su esposa Felicia y en el de su hijo Federico, que ahora tiene 25 años y se siente orgulloso de quien fue su padre. También en los de sus familiares, amigos y compañeros. Por su compromiso, por su solidaridad, pero también, y fundamentalmente, porque era una buena persona. De las que se necesitan para que cada día el mundo sea un poco mejor. Y para que la Justicia no le de lugar a la Impunidad.
Héctor Corti
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