
El texto completo en la edición impresa del Diario Perfil.
Esta obra de Raúl Waleis, como anagrama de Luis V. Varela, es la primera novela policial en castellano. Narra la historia del asesinato de una mujer, en París, y la investigación del comisario Andrés L’Archiduc. Varela, abogado y político, trasciende la anécdota del crimen de la baronesa Alicia de Campumil, acuchillada en el Bosque de Boulogne, para hacer una crítica al sistema judicial que favorece a los ricos: “Los nobles, los grandes, esquivan la responsabilidad y engañan a los magistrados; los plebeyos, los humildes, apresan al que creen culpable y le entregan a la justicia”.
L’Archiduc es un detective que para resolver el caso utiliza los recursos de la ciencia y la tecnología, además del conocimiento que le da la experiencia: analiza las huellas de la escena del crimen como un baqueano y confía en su instinto, algo que no implica, necesariamente, la violación de la ley.
La huella del crimen apareció como folletín del diario La Tribuna, de Buenos Aires, y luego como libro, en 1877. El rescate que hace Adriana Hidalgo de este texto incluye un excelente posfacio de Román Setton, también a cargo de la edición, donde analiza el recorrido del género policial y advierte sobre la recurrente omisión de Waleis/Varela en la que incurren muchos especialistas.
Este volumen es algo más que la vuelta de un incunable, sino la puesta en vigencia de un libro que evidencia los prejuicios y las divisiones sociales de la época, la dificultad de los desposeídos para acceder a un sistema de justicia que los incluía per se como culpables. Setton también advierte que el autor “pone de relieve... la injusticia para con la mujer y una violenta crítica a la desigualdad de los géneros ante la ley”. En ciento treinta y dos años los escritores pusieron en la ficción a muchos investigadores en los casos más truculentos e intrincados, aunque el escenario social donde el asesino ejecuta su plan poco o nada ha cambiado.
Publicado en la Revista Sudestada. Año 9, edición nº 81. Agosto 2009.
Jorge Fernández Díaz
Por Jorge Fernández Díaz
lanacion.com | Información general | Sábado 18 de julio de 2009
La izquierda en la Argentina tiene una rica historia de lucha con organizaciones que contribuyeron al desarrollo de la defensa de los intereses de la clase obrera y del pueblo. También tiene en su ADN la marca de la fragmentación y la división en tantos sectores, que es difícil llevar un mapa conceptual sobre el origen y destino de cada uno. Si hablamos en particular del trotskismo, la explosión y dispersión se da hasta el infinito. Así, desde Liborio Justo, Quebracho, considerado el padre de los trotskistas en el Río de la Plata, la reproducción de sellos no tiene fin. Pero hay un tema en el que hay un consenso generalizado: sin dudas, el fenómeno más singular en el panorama de los seguidores de León Trotsky es el Posadismo, la corriente que fundó J. Posadas y que tiene su propia IV Internacional. Sus seguidores continúan reunidos en el Partido Obrero Revolucionario (Trotskista-Posadista), editan el periódico Voz Proletaria y la revista Conclusiones desde un primer piso en la calle Matheu, en la ciudad de Buenos Aires. Con estas herramientas, difunden sus análisis y posiciones que, en el plano local, acompañan al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y al piquetero Luis D’Elía, líder de la Federación de Tierra y Vivienda y de la flamante Central de Movimientos Populares (CMP).
En el plano internacional, apoyan “a los camaradas como Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, que desarrollan en la práctica y en distintos niveles la concepción ‘del nacionalismo al estado obrero’”. Habitualmente ninguneados por la tesis de Posadas sobre la existencia de los platos voladores, la chicana fácil de quienes los critican es modificar el nombre del órgano de prensa del POR por el de Voz Planetaria. Sin embargo, las más de 1.500 ediciones del periódico indican que detrás de este grupo de militantes hay un pasado con días de gloria. En la actualidad, tiene organizaciones hermanas en Uruguay -donde integran el Frente Amplio desde su fundación y se presentan a elecciones con la lista nº 871- Chile, Perú, Grecia y Brasil...
Ver la nota completa en Revista Sudestada. Año 8, nº 80. Julio de 2009
Por Jorge Fernández Díaz
Marcelo Vallejos
2007. Editorial Leviatán.
160 páginas
El descubrimiento de una idea original y revolucionaria puede surgir, simplemente, de un golpe de suerte. El azar, tan amado como resistido aunque siempre enunciado, interviene y nos deja una sorpresa. Tal vez porque el espíritu santo escuchó las oraciones que le ofrendan millones de fieles en todo el planeta, nos dejó el cofre de la felicidad en el umbral de nuestra casa y, creer o reventar, la llave está debajo del felpudo.
En el plano literario una idea puede ser el germen de textos notables, concebidos con trabajo y dedicación por el escritor que busca cada palabra para lograr una narrativa que provoque al lector, lo saque de la rutina de pasar una página tras otra y lo involucre para que tome partido en la trama. Así sus sentimientos, pasiones y razonamientos quedan al descubierto en la intimidad de la lectura de una novela que elude las modas y los lugares comunes.
En tiempos de una literatura pautada por los parámetros del mercado, encontrar una narrativa como la de Marcelo Vallejos es una bocanada de aire fresco. Claro que un libro como éste sólo puede llegar a las librerías por un camino alternativo al que impone el conglomerado editorial de turno. Después está en la tarea del lector agudizar la mirada para detectar trabajos como Anatomía de un simulacro que recibió excelentes comentarios de los escritores Pablo Ramos y Vicente Battista. Es un texto tan potente como seductor donde el autor recorre el espinel de una historia que resulta verosímil por el perfil de los personajes y el clima asfixiante que rodea las acciones, en un pueblo inhóspito del sur argentino. El doctor Olevi, el juez Mendaci, el Soga Fajardo y otros son piezas de un juego de dominó, que es la propia historia, y actores una partida con final incierto. Sin embargo tenemos una certeza: una literatura meticulosa, cristalina y sin estridencias está en nuestras manos.
Marcelo Vallejos nació en 1962 y colaboró en diversos diarios y revistas argentinos. En 2003 escribió Anatomía de un simulacro que publicó Leviatán cuatro años más tarde.
M.M.
Publicado en la edición gráfica de Sudestada, edición nº 78, mayo 2009.
El muchacho elegante tenía los ojos color de cielo y una sonrisa blanquísima. Alzaba la ceja izquierda y una mirada dulce y profunda le otorgaba fortaleza y seducción. El tabique nasal desviado y una cicatriz desde el entrecejo hacia la frente eran las señales de la distinción de un verdadero bon vivant. Se movía en la noche del arrabal como pez en el agua. Ya de joven visitaba los tugurios del Camino de las Cañitas, en Palermo junto al Arroyo Maldonado, entre compadritos, malandras y respetables padres de familia que frecuentaban los prostíbulos y bodegones de las orillas de Buenos Aires. Sin embargo, eso no impedía que fuera protagonista de las fastuosas reuniones de la burguesía porteña en los salones más distinguidos y fuera socio del Jockey Club, de Gimnasia y Esgrima, de la Sociedad Sportiva y del Club del Progreso. Este personaje singular fue el primer ídolo criollo de los argentinos: Jorge Alejandro Newbery cumplió con todas los requisitos para ocupar ese cetro: murió joven y a lo largo de su corta vida –apenas treinta y ocho años- superó cuanto desafío se propuso; fue un protagonista excluyente de la vida social, deportiva y política del país; culto y con una sólida formación profesional su presencia despertaba admiración y respeto entre los hombres, como pasión y rojo carmesí entre las mujeres.
George heredó de su padre la pasión por la aventura. El norteamericano Rodolph Lamartine Purcell Newbery llegó a Buenos Aires en 1872 luego de la epidemia de fiebre amarilla que barrió con la población negra. Con veinticinco años instaló un consultorio odontológico en la calle Florida 125 y se adaptó inmediatamente al pulso de la ciudad. En su país fue soldado e intervino en la avanzada de Grant que concluyó con la victoria en la Guerra de Secesión y el fin del esclavismo. Tal vez influido por las visitas que el embajador plenipotenciario Domingo Faustino Sarmiento hacía en la casa familiar de Nueva York, es que Ralph llegó a este inhóspito lugar del Cono Sur. En 1873 se casó con Dolores Celina Malagarie Ramos, Lola, quien le dio doce hijos en doce años. Pero las obligaciones familiares no detuvieron su espíritu aventurero. Compró campos en la Patagonia, Buenos Aires y San Luis, por consejo de su paciente, el general Julio Argentino Roca y a menudo dejaba los instrumentales y tenazas con rumbo al Sur. La última vez fue junto a su esposa en busca de oro a Tierra del Fuego donde la muerte lo encontró en abril de 1906, a los cincuenta y ocho años de edad. El segundo de sus hijos y primer varón nació el 27 de mayo de 1875: Jorge Alejandro llevó en su sangre la herencia anglosajona de una familia proveniente del sur de Inglaterra y la temeridad aventurera de sus ancestros. De chico templó su carácter cuando a los ocho años su padre lo embarcó en un largo viaje rumbo a los Estados Unidos para conocer a los abuelos. De regreso, asistió a la escuela escocesa de San Andrés, en Olivos, y luego obtuvo el bachillerato en el Colegio Nacional. La familia ya vivía en la casona de Ituzaingó 11 (hoy Moldes 2368), en el barrio de Belgrano, junto a los apellidos patricios que se mudaron al norte para huir de la fiebre amarilla. Con 16 años volvió a Norteamérica y cursó dos años en la Universidad de Cornell y en el Drexlel Institute, de Philadelphia, donde tuvo como profesor a Tomás Alva Edison, el inventor de la lámpara incandescente. Allí cultivó su perfil como deportista y participó en torneos de boxeo, al tiempo que afirmó una convicción: el progreso viene de la mano del desarrollo de la ciencia y la investigación. A los veintiún años regresó a la Argentina con el título de ingeniero electricista y aceptó un cargo de jefe en la compañía Luz y Tracción del Río de la Plata aunque sólo por un par de años, hasta que ingresó a la Marina de Guerra donde obtuvo el grado de capitán de fragata. Prestó servicios en los cruceros Garibaldi y Buenos Aires. En 1899 fue comisionado a Londres para comprar equipamiento eléctrico y aprovechó para disputar y ganar dos campeonatos de boxeo, en el Athletic Club y el Germain Gimnasium, de Londres. Fue profesor de natación en la Escuela Naval y duró tres años en la fuerza. En el comienzo del siglo XX el intendente porteño Adolfo Bullrich lo nombró Director General de Alumbrado de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, cargo que conservó hasta su muerte. En 1904 asumió la cátedra de Electrotécnica de la Escuela Industrial de la Nación que dirigía Otto Krause. En paralelo a una fructífera carrera profesional, Jorge Newbery moldeó su cuerpo como una argamasa sólida y escultural pues era dueño de un físico privilegiado que fogueó practicando boxeo, remo, lucha grecorromana, fútbol, esgrima, y natación. También intervino en carreras de automovilismo, aunque consolidó su fama de sportman, que lo proyectó a la consideración popular, como piloto de globos aerostáticos y aviones. De alto perfil en el ambiente social de la época, todas y cada una de sus actividades era seguida con especial atención incluso por los diarios de la época, más aún cuando la noche lo tenía como protagonista del espíritu festivo de su clase.
Y el Coco se callaba la boca. Miraba el suelo. ¿Por qué, Coco? ¿Por qué te callas la boca y andas escondiéndote? ¿Vos, Coco? ¿El mejor tocador de bombo? ¡Que no se diga! Porque vos sos el mejor de todos. Sin vueltas. Cuando te dejamos solo haces lo que querés con el bombo. La gente te aplaude. La gente te aplaude. Se vuelve loca. Por la espalda, por abajo la pata. ¡Dale, Coco! ¡Más fuerte, Coco! ¡Más ligero! ¡Dale, Coco! Pero soy el director. Yo siempre fui director. ¿No es cierto, Coco? Este año, y el año pasado, y el otro, y el otro. Siempre. La murga de Barraza, le dicen a Los Divertidos. Eso vos lo sabes.
De Un Bombo que suena lejos, Humberto Costantini
La voz de Teté Aguirre, grave y cavernosa, retumba entre las paredes del taller donde fabrica bombos, al fondo de su departamento en un primer piso del barrio de Villa Crespo. El sol ilumina la tarde y ese lugar en el mundo ––pequeño y repleto de herramientas, maderas, mazas y papeles que tapan la mesa de trabajo– es el único ámbito donde este hombre de setenta y cuatro años puede crear por afuera de su escenario natural: el empedrado. Porque Teté es la calle misma en tiempos de Carnaval, una suerte de guardián del Rey Momo que anuncia la llegada de los días felices con los sonidos del parche y el platillo. Personaje de culto para músicos y murgueros, nunca abandonó la esencia del murguista que lo mantiene vivo y le da energías para encarar nuevos desafíos arriba de un tablado con el grupo La Runfla. También como letrista y confeccionando bombos de manera artesanal. “A veces les hablo y les pido perdón: ‘mira, tengo que apretar las clavijas para afinarte’”, dice con la palabra y la mirada en el rabillo del ojo. Teté Aguirre, Héctor en su documento de identidad, es grandote y se peina para atrás con unos rulos rebeldes que caen, empecinados, sobre la nuca. Tiene un cuerpo macizo que aun con los golpes que le dio la vida lo conserva con una postura altiva pero serena. Sus manos y brazos han hecho miles de malabares con la maza de madera y los platillos. Y sus dedos no dejan de repiquetear cuando entona, con una sorprendente voz de jilguero, las canciones que compone desde hace tan solo quince años.
Arráncame la vida
Yo tengo muchas ganas de murguear
y a todos ustedes pido que me acepten.
Cuando los bombos empiezan a entonar
esos compaces que el murguero siente.
Un pasito adelante y otro atrás
Así se baila cuando uno empieza.
Después los saltos y todo lo demás
y entonces quedan todos de la cabeza.
No digas más pavadas, por favor
la gente vive metida en otra cosa.
La plata no te alcanza para nada
no es como antes, todo color de rosa.
Yo sé que vos tenés buen corazón
y te olvidas de todo lo que pasa.
Tenés que laburar si vos podes
Para poder llevar un mango a casa.
Siempre estas bajoneada y con dolor
y no queres que el mundo se divierta.
La murga nuestra trata de borrar
el malestar que a este país aqueja.
Vení hablemos juntos, por favor
Los dos queremos una Argentina nueva.
El tema es la desocupación
hay que arreglarlo, sea como sea.
Coro
Si nos juntamos todos puede ser
poder lograr una patria divina.
Y así como decía El General
si estamos todos unidos, salvamos la Argentina.
En una charla íntima y apasionada, el técnico de Huracán sostiene sus ideas: "No hay románticos y prácticos, eso sí que es una estupidez", dice
En ocasiones el fútbol devuelve los hinchas a un estado primario de disfrute del juego y admiración por la estética, a pesar que el negocio y el espectáculo funcionan como un corset que aprieta pero no mata, por ahora, la sonrisa y la pasión bien entendida. Cuando el toque y la audacia de un equipo fundan una corriente de simpatía que circula entre los simpatizantes, más allá de los colores de una camiseta, es porque algo en la genética futbolera de los argentinos se reconoce como propia. Esto sucede con Huracán, que despertó con su juego la admiración de propios y extraños tras golear el viernes a Racing Club, por cuatro a uno, en Avellaneda.
Puede ser simplemente una casualidad, un hecho fortuito de los tantos que tiene la dinámica del fútbol. Sin embargo, algo de la memoria histórica del club de Parque de los Patricios se revela en los pasos de sus jóvenes futbolistas. Aunque Javier Pastore y Matías De Federico nunca vieron jugar a Carlos Babington, ni a Miguel Angel Brindisi o René Orlando Houseman, la forma de sentir y de vivir sobre el verde césped parece la misma. También es seguro que las charlas del entrenador Angel Cappa tienen el eco de las palabras que César Luis Menotti daba a sus jugadores en el mismo vestuario del Palacio Tomás Adolfo Ducó. Se vislumbra una memoria histórica en este Huracán modelo 2009, que resistió quiebras y disputas políticas internas, en medio de un discurso dominante que insiste en imponer la tesis de ganar no importa cómo ni con qué armas.
“Hicimos lo que Angel quería”, explicó De Federico mientras que el centrodelantero Federico Nieto reconoció que a él y a sus compañeros “nos convenció la idea de Cappa”. ¿Qué mejor cohesión que la creencia en las virtudes propias y el espíritu de grupo? La pregunta del millón es si Huracán podrá rubricar con más y mejores actuaciones estos primeros pasos en el Clausura. “Es un lírico, no va para este fútbol tan competitivo”, afirman sobre la propuesta de Cappa los integrantes del establishment periodístico y muchos hinchas del tablón. Encima, su perfil intelectual no se adapta al show televisivo del director técnico que gesticula y les grita a los futbolistas sin despegar el rabillo del ojo a la cámara más cercana. La condición de líder de grupo lo enfrenta, tal vez, al desafío más grande de su carrera: transformar en resultados concretos su idea que un rendimiento positivo del conjunto no implica abortar las virtudes individuales, sino que las revitaliza y potencia.
Lo cierto es que la vuelta al país del ex ayudante de Jorge Valdano lo encuentra en un club en crisis permanente y con un plantel sin nombres rutilantes, pero con jugadores que, poco a poco, forjan una convicción: jugar de igual a igual ante los mejores, aunque sus rostros no estén entre las difíciles del álbum de figuritas.
Diario Perfil, suplemento Deportes, domingo 15 de febrero de 2009.