El hincha, destinatario de la emoción que despierta el juego y al fin y al cabo el principal sostén del deporte más popular del país, sigue pendiente de un mensaje amable de parte de los responsables de su organización. De algo que demuestre que el fútbol mantiene buena parte de aquello que provocó amor e ilusión en incondicionales seguidores de varias generaciones.
San Lorenzo cumplirá 100 años en abril y Huracán en noviembre. Estos equipos tienen numerosas historias en común y una rivalidad de barrio que es el pilar de un clásico como no existe otro igual en la capital del país. Un clásico de vecinos que, desde su nacimiento, siguen siéndolo.
San Lorenzo y Huracán (por orden de aparición en la vida deportiva de Buenos Aires) deberían jugar en 2008 la "Copa Centenario", aunque los primeros sondeos (superficiales, por cierto) sobre la posibilidad de organización de un encuentro de estas características (o dos, en el Bidegain y en el Ducó), que sea independiente de la confrontación oficial en el Clausura y el Apertura, no provocaron respuestas entusiastas, ni firmes.
Apenas se escuchó un "podría ser" dicho con desgano, y en varios casos se apeló al tópico de la violencia que pondría en riesgo la seguridad de los asistentes, como excusa para no profundizar sobre el asunto.
River y Boca no coincidieron en el año de sus fundaciones (1901-1905). Tampoco Gimnasia-Estudiantes (1887-1905), ni Racing-Independiente (1903-1905), ni Rosario Central-Newell's Old Boys (1889-1903), ni Colón-Unión (1905-1907), protagonistas de partidos movilizadores, todos de singular atractivo.
Lo mismo ha ocurrido con Nacional-Peñarol (1899-1913), Real Madrid-Barcelona (1902-1899), o Real Madrid-Atlético de Madrid (1902-1903), Sevilla-Betis (1905-1907), Inter-Milán (1908-1899), Flamengo-Fluminense (1895-1902) y Alianza Lima-Universitario (1901-1924). Entonces, un clásico entre "azulgranas" y "quemeros" en sus primeros cien años se convertiría en un caso excepcional, en un partido de colección.
Y de colección serían las entradas con letras de oro y los programas impresos para cada espectador con los aspectos destacados de las historias de ambos clubes, los banderines alusivos y todo aquello que recuerde para siempre una fiesta de la más pura estirpe porteña.
¿Será tan difícil contratar a una banda de músicos que interprete los himnos de cada club antes del partido? ¿Será una osadía premiar con plaquetas encabezadas por los escudos de ambos clubes a Veira, Rendo, Marangoni, Carrizo, "Coco" Rossi, Hirsig, entre otros, que vistieron las dos camisetas?
¿Se podría señalar como una locura que los presidentes Savino y Babington presenten con breves discursos la celebración centenaria? ¿Y que el encuentro se televisara? ¿Y que el Gobierno de la Ciudad se asociara a un acontecimiento que tendría un rótulo integrador, pacífico y de respeto a las tradiciones futboleras?
¿O estoy crazy? diría Araujo.
El último mensaje que dio el fútbol argentino sobre las cuestiones relacionadas con las rivalidades fue desgraciado, patético. Luciano Leguizamón dejó de ser jugador de Gimnasia y Esgrima La Plata por haberle pedido la camiseta a Juan Sebastián Verón cuando comenzaba el descanso de un partido ante Estudiantes, y pasó a Arsenal.
En el fútbol argentino poco es lo que queda para rescatar a medida que avanzan oleadas de actitudes miserables, interesadas, malolientes. Por ahí, en medio de tanta pobreza intelectual y de espíritu, surge un guiño dirigido a la no violencia, al sentimiento y al interés del hincha, y de respeto bien entendido a la historia.
Enrique Escande
Autor de "Memorias del Viejo Gasómetro"
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