26 jul 2006

HACIENDO SOMBRA. El boxeo en la literatura argentina


“...cuando se había acercado para verlo dormir, él se despertó. Fue un susto porque no hay que despertarlo cuando duerme, decía mamá, pero papá la apretó contra su pecho, que era grande y duro, y pregunto quien era él. ¿qué mierda soy?, fue la pregunta y Anadelia contesto que el mejor de todos porque era boxeador.”
Liliana Heker, Los que vieron la zarza

“La trouppe andaba de gira por el interior y el se pasaba las tardes encerrado en los cuartos desvencijados de tristes hotelitos de provincia (...), sin otro consuelo que el de desenterrar, de vez en cuando, el amarillento recorte de El Gráfico en el que aparecía su cara invicta y joven, al lado de la cara de Archie Moore.”
Ricardo Piglia, El Laucha Benítez cantaba boleros

“El ultimo match de la noche estuvo a cargo del santafesino Ricardo Minella y Jack Berstein, que también como el anterior fue una lucha de gran emoción, pues Minella, de mayor escuela y entrenamiento que su adversario, logro sacar ventaja en los tres primeros rounds, para ser netamente favorable a Berstein los dos últimos rounds, donde tuvo a Minella al borde del nocaut.
Pese a esta notable reacción de Jack Berstein el jurado acordó el triunfo de Minella, y si bien se escucharon voces de protesta en el publico, entendemos que el triunfo de Minella fue justo...”
Bernardo Kordon, Kid Ñandubay

“...las mujeres se sentaron cada una en uno de los amplios sofás de las salas y Riquelme fue hasta un mueble de donde sacó una botella y cuatro vasos:
-Esta noche voy al Luna –dijo, ¿no querés venir conmigo? Pelea Landini.
-Esta noche no, gracias –dijo él.
-Vamos a brindar por aquella trompada, ¿te acordás? cuando sacaste a Martínez entre las sogas con un gancho de zurda. Lucho se acordaba muy bien...”
Alberto Vanasco, Caída de un peso mediano
En la literatura argentina no es habitual encontrar autores que se hayan dedicado a escribir historias de boxeadores. Curiosamente esta situación se repitió cuando era un deporte de elite porteña y también cuando los sectores populares lo abrazaron como un recurso para ascender en la escala social.
La derrota es el estigma que el boxeador lleva consigo y el escritor abusa de esta situación para que el fracaso del final sea el golpe de knock out de su obra. Sergio Olguín lo corrobora en el prólogo de Cross a la mandíbula: “... lo que más ha atraído... es el boxeador derrotado. La relación existente entre la práctica del box y las frustraciones con las que vive el boxeador. Ya no estamos ante un Monzón victorioso alcanzando su momento de mayor esplendor, sino ante perdedores cansados de recibir golpe tras golpe.”
La pregunta que surge es ¿ a quién le importa la historia de un perdedor? Un hombre que interesa por la derrota es porque alguna vez trascendió la frontera del anonimato por una victoria. Para los escritores la derrota es funcional a la historia que construyen sobre el papel. Pero este esquema no se repite en el imaginario colectivo, porque en la memoria del pueblo permanece un Carlos Monzón jadeante, exhausto y victorioso, mirando a su rival desparramado en la lona y no el reo que es llevado esposado a la cárcel por el asesinato de su mujer.
¿Por qué los escritores toman el estereotipo del boxeador en el ocaso? Una respuesta es que el fracaso de un ídolo tiene la virtud de transformar esa historia en producto de marketing que agota varias ediciones. Todo acompañado por una crítica que destaca “el trasfondo social de la obra”. El círculo se cierra: el lector compra, se conmueve y llora. Un asesinato perfecto para el boxeador que alguna vez ganó pero que su victoria es censurada por la pluma.
En el cuento titulado “Los que vieron la zarza” la escritora Liliana Heker hace hincapié en la relación entre el protagonista, el boxeador Roberto Parini y su familia, en la que solamente su hija lo reivindica como un triunfador. Esa era la única victoria que quería Parini. No le interesaba ganar en el ring, aunque para la autora es sólo un detalle porque hay que ir rápido en busca del final trágico para humedecer las pupilas.
Ricardo Piglia en el cuento el “El Laucha Benítez cantaba boleros” narra la relación entre dos boxeadores, El Vikingo y El Laucha Benítez. El primero fue un discreto peso pesado que tuvo su momento de gloria cuando siendo sparring del gran campeón mundial Archie Moore, le aguantó tres rounds al hombre más fuerte del mundo. Ya veterano integró la trouppe de un circo y recordaba viejas épocas cuando ojeaba los recortes de la revista El Gráfico “en el que aparecía su cara invicta y joven, junto al norteamericano”. Ese era su orgullo, el pináculo de su carrera. Para Piglia mirar esos recortes amarillentos era sólo un “consuelo” y nos quiere tocar el alma diciendo con otras palabras: “El vikingo se la creyó, cree que es boxeador”. Por supuesto no le creemos ya que nuestro púgil termino de pie ante el campeón del mundo y ese fue su gran triunfo, aunque el autor lo soslaya y acomoda el texto para que pase desapercibido.
En “Kid Ñandubay” el escritor Bernardo Kordon cuenta la historia de un boxeador de origen judío, Jack Berstein que, como no podía ser de otra manera, es colocado en el lugar de los perdedores, de los que hacen el trabajo sucio y se llevan las monedas. Como los diecisiete renglones que Kordon le dedica al momento de gloria dentro de un cuadrilátero entre las ochenta y ocho paginas del cuento. Justo es reconocer que le concedió un mínimo elogio: Kid Ñandubay tuvo a su contrincante Minella “al borde del nocaut”. Recordemos que para Bernstein los recortes amarillentos de este combate conservaban el momento más heroico de su carrera deportiva. Pocas palabras en un cuento para el gran momento de la vida del boxeador.
Alberto Vanasco en “Caída de un peso mediano” describe el itinerario de un ex púgil arruinado por el juego e implicado en el asesinato de su representante, quien le niega dinero para una fija en el hipódromo. Es solamente un brindis el único momento que reivindica la victoria por nocaut de Luis Carrasco. Una alusión mínima para la mejor trompada de su carrera.
Es fácil, romántico y políticamente correcto escribir sobre la derrota del boxeador, más aún si se la asocia con el ser nacional y un periplo argentino de final incierto ¿Será porque los escritores creen en el destino trágico de la vida? ¿El único puerto posible para un cross de derecha es el mentón del protagonista? ¿Nunca veremos victorioso al antihéroe de nariz chata? El desafío está planteado. Segundos afuera.

Por Walter Marini y Marcelo Massarino

Publicado en la revista Séptimo Día. Año II. Septiembre de 2001.



2 comentarios:

  1. Anónimo3:14 p. m.

    Saludos caribeños, Zenia desde>

    http://imaginados.blogia.com

    Hermoso poema el que dejó en la página de Omar.

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  2. fantastico para mi investigacion sobre boxeo y literatura latinoamericana. Conocen otros textos? Nina

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