1 abr 2006

FILETE PORTEÑO NUNCA SE FUE DEL BARRIO. Prohibido en los colectivos en 1975, es pasión de jóvenes artistas.


Las primeras luces del día entibian la mañana. Entre la bruma, el amanecer señala una hora precisa. Para muchos hombres y mujeres es apenas un instante, un segundo multicolor que de verlo tanto y tanto, no lo ven. Los carros de lecheros y panaderos avanzan por Paseo Colón. La calle de tierra hace ir y venir los tarros desbordantes de leche fresca y las bolsas con pan crujiente en medio de un concierto de cascos. La música se mezcla con el silbido agudo del conductor. Hay que apurar el paso para cumplir con la entrega. Como todos los días. Como toda la vida. ¿Qué tiene un pobre más que su vida? Tiene un caballo y el carro donde además de la mercadería lleva todo lo que desea y quiere. Un día el fabricante de carros tiene que entregar uno a su cliente. Le pregunta a dos muchachos: ¿se animan a pintarlo? Ellos aceptan y sin que el patrón sepa deciden agregarle unos firuletes sobre las tablas laterales para darle un toque de color y alegría. Cuando el jefe ve “la obra” se agarra la cabeza: ¡el cliente me mata! ¡¿Qué les agarró, pibes?! Cuando el cliente pasa a retirar el carro, queda maravillado y sale a mostrarlo por las calles de Buenos Aires. Después no pasó un día sin que Vicente Brunetti y Cecilio Pascarella tuvieran un carro para filetear. Fue a fines del siglo XIX.
El filete porteño es una marca registrada de Buenos Aires, “un arte esencialmente decorativo. Su temática es a la vez religiosa y pagana” tal la definición de Esther Barugel y Nicolás Rubió, autores de Los maestros fileteadores de Buenos Aires, un libro que editó en 1994 el Fondo Nacional de las Artes. La obra cuenta las historias de vida de los primeros fileteadores y el proceso de producción de la muestra sobre el género que organizaron los autores en la galería Wildenstein el 14 de septiembre de 1970. Además es un relato, con un amplio registro fotográfico, que rescata el trabajo de “hombres de otra ciudad de Buenos Aires, perdida dentro de la misma ciudad”.
Aunque las comparaciones son odiosas, todas las voces coinciden que el Gardel del filete es Miguel Venturo, Miguelito, “quien con sus creaciones y aportes de pajaritos, distintos modelos de variedad de flores, diamantes, dragones, gotas, con magistral ejecución” dio un impulso renovador. Otro gran maestro del pincel fue Carlos Carboni. Hizo verdaderas obras de arte en carros, chatas y colectivos. Fue famoso por su estilo con dragones cuyo secreto develó a Barugel y Rubió: “¿Ustedes se han fijado en las mayólicas del subterráneo de Buenos Aires? En la estación del Obelisco. Una vez pasaba por allí, por esa estación para ir a Quilmes, a la Cervecería, y vi unos dragones con una cola enrulada. Me detuve. La gente pasaba apurada para ir al trabajo. No tenía lápiz ni papel pero lo miré bien al dragón. Miré cómo venía el dragón y la cola también. Y le dije al dragón: ‘A vos te voy a hacer viajar en camión’. Y así fue”.
Hoy es Ricardo Gómez, en su taller del barrio de Mataderos, quien continúa a los 79 años con la tradición más difícil del oficio: el fileteado de carros que combina con la enseñanza y las pinturas que regala a sus nietos y una bisnieta de un año.
Una lista de algunos de los más importantes fileteadores incluye a León Untroib, los hermanos Carlos, Alfredo y Enrique Brunetti, Andrés Vogliotti, Juan Carlos y Roberto Francisco Bernasconi y Enrique Arce. También Armando Miotti, Luis Zorz, Alberto Pereyra, David Stamon y Martiniano Arce, entre otros.
Este arte, porteño por naturaleza, que los hijos de inmigrantes italianos y españoles perfeccionaron gracias al manejo del pincel y el esmalte sintético, comenzó en los carros hasta que las autoridades prohibieron la tracción a sangre. El progreso dio paso al colectivo, que fue el nuevo soporte que paseó al filete por el empedrado porteño, hasta que la ordenanza de la S.E.T.O.P. nº 1606/75 lo prohibió. “Tal vez esta desaparición parcial fue necesaria para que el fileteado comenzase a ganar otros espacios, ya que hasta ese momento era impensable sin el soporte del vehículo”, reflexiona el artista plástico Alfredo Genovese, de 41 años, quien recibió a Sudestada en su taller del barrio de La Paternal. “Nació como una práctica y sobrevivió por una costumbre. Es un hábito que se convirtió en arte”, agrega. En su Tratado de fileteado porteño, Genovese avanza en el estudio teórico del filete dentro de un panorama conceptual. Recuerda que las primeras críticas que recibió fue en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidano Pueyrredón: “mis compañeros decían que era una grasada y no lo tomaban en serio”. De la mano de Ricardo Gómez, Alfredo Genovese se perfeccionó en la técnica y logró incursionar en ámbitos ajenos al oficio como la publicidad, la imagen corporativa y el cuerpo humano como la campaña de la empresa canadiense Much Music, bajo el lema “De tu lado del mundo”, que incluyó el bodypainting en famosos como Charly García, Soledad, la Mona Giménez y Dante Spinetta, entre otros. Genovese considera al fileteado como un arte reciclado tomado de las grandes artes decorativas: “Los artistas copiaron y recrearon los motivos ornamentales que había en Buenos Aires y con eso hicieron un reciclaje de los bienes culturales de las elites hacia las clases bajas. Ornamentos en rejas, frisos y vidrios pasaban al carrito lechero. Plasmaban esta invención decorativa en las clases populares que no podían permitirse la casa con la gárgola”. También cree que es imprescindible incorporar la enseñanza del filete en los ámbitos oficiales de estudio y la creación de un museo.
El artista plástico Tata Moine trabajó con el fileteado “mezclado con otras técnicas y lo usé como un recurso”. Considera que el mundo de las artes visuales menosprecia al filete “por el uso del sintético que no es otra cosa que el óleo de los pobres. En este caso la pintura industrial funciona como una frontera cultural”, afirma en su taller de Villa Urquiza donde trabaja junto al grupo de arte El Colectivo. También egresado de Bellas Artes, Moine entregaba sus trabajos de estudiante con una escena enmarcada en un fileteado: “el docente Norberto Cuello me decía ‘ahí viene el que hace pop por, por porteño’”. Este plástico de 28 años incursionó con el filete sobre diversos soportes: en el inicio sobre tela, luego con tablas, carros, prensas de grabado, guitarras, teléfonos, biombos y hasta una heladera.
Después de más de cien años, esta técnica que nació orillera hoy es una moda que atrapa a jóvenes. Esto confirma que el filete no está muerto, está más vivo que nunca. Ayer fue el carro lechero, los camiones y el colectivo. Hoy los regalos empresarios, una gigantografía junto al Obelisco, el diseño de indumentaria, el tatuaje y la pintura sobre cuerpos. El filete estuvo y está entre nosotros. Como escribió una vez José Gobello conmovido por las obras de los hermanos Brunetti, Carboni, Untroib, Vogliotti y Arce en carros y camiones: “los ciegos vimos”.


Marcelo Massarino


Foto: Alfredo Genovese, Tratado de filete porteño (Gentileza A.G.)


Una versión reducida fue publicada en la revista Sudestada, edición nº 47, abril de 2006.

2 comentarios:

  1. Anónimo1:01 p. m.

    Hola, ¿tenas mas fotos de fileteado porteño?
    Gracias

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  2. Anónimo4:22 p. m.

    Massarino: dejate de hincharlas bolas con la farsa del filete.

    El Tano

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