18 feb 2008

El periodismo en tiempos del neoliberalismo: las cosas por su nombre

Durante la década de los 90, la flexibilización laboral en la Argentina fue presentada como la cirugía necesaria para salvar a un país enfermo por la desocupación, aunque después de casi veinte años el paciente continúa en estado crítico y con pronóstico reservado. Más allá de la metáfora médica, la derrota de las mayorías frente al liberalismo económico se dio en el plano de los derechos laborales, en la cultura y la política.

La represión sobre el movimiento obrero durante la última dictadura militar (1976-1983) tuvo en el menemismo la continuidad que cambió las reglas de las relaciones del trabajo, con el apoyo de gran parte de la dirigencia sindical que compartió el desguace de las empresas estatales, al tiempo que el aparato productivo se licuó con el dólar barato y las importaciones. Pero la flexibilización laboral y el liberalismo económico no sólo se palpa en los índices de pobreza y desocupación, también se percibe en el día a día de una sociedad que, en gran parte, compró una promesa y se quedó con las manos y el país vacíos.

En nuestro gremio cientos de trabajadores de prensa pertenecen a la categoría de “colaboradores”, especie de vendedores ambulantes de su fuerza laboral que envían sumarios y golpean puertas a la espera de una oportunidad. Bajo esa clasificación –una suerte de cuentapropista más cerca del desocupado que del profesional independiente– sale a ofrecer sus ideas y su producción al servicio de los medios, que disfrazan una relación laboral bajo el rótulo de una “prestación de servicios periodísticos”.

La realidad indica que la única libertad que tienen es elegir quién les pagará una suma irrisoria por su labor, al tiempo que la precarización –que en estos casos llega al paroxismo– se expresa de manera descarada. Nunca como hoy se confunde a la flexibilización con profesionalismo; a la baja remuneración y la evasión impositiva y previsional de las empresas con un trabajo que se presume como independiente; al aislamiento y la inexistencia de un ámbito en común con la prestación de servicios externos.

Las nuevas generaciones de periodistas se forman con estas categorías laborales y con sus significados travestidos que desvirtúan la tarea del trabajador de prensa, a quien se lo obliga a vender una nota en lugar de desplegar su trabajo intelectual en un medio de comunicación. Factura mediante, no sólo resigna una relación laboral sino también el producto mismo de su esfuerzo y la integración a un ámbito de desarrollo profesional y de pertenencia: la redacción.

En ese marco es que los colaboradores tienen comprometida su práctica cotidiana y son, aún en estas condiciones, productores de sentido. ¿Hay algún escenario más adverso donde las relaciones de poder se presentan de manera más descarnada? Sin embargo, estos periodistas precarizados se comprometen con aquello que consideran su verdad, exploran en estilos, formas y contenidos de los más diversos para sostener una continuidad siempre sujeta a la cantidad de firmas que comprometen a la empresa para el blanqueo del empleo en negro. Así, la búsqueda de una colaboración contempla, además, la forma en que resguardamos nuestro sentido de la verdad y el respeto intelectual.

Las circunstancias que rodean el desempeño profesional nos obliga a la búsqueda de nuevas opciones. Desde el llano, muchos trabajadores de prensa optaron por alternativas comunicacionales construidas sobre formas asociativas que privilegian la solidaridad entre sus miembros, el consenso en la toma de decisiones –que resguarde un sentido de verdad que respete la opinión del periodista– y la producción de un capital cultural no contaminado por los intereses económicos y políticos de los grandes medios masivos. La preparación y capacitación para el manejo y aprovechamiento de las nuevas tecnologías es un soporte importante para estas experiencias que, poco a poco, toman forma y se arraigan en las comunidades más diversas de la Argentina.

La feria de las vanidades que montaron una trouppe de periodistas y empresarios que se sienten discriminados (del negocio publicitario estatal) y censurados no incluye entre sus reclamos las condiciones que soportan los trabajadores de prensa que condicionan su creación y libertad intelectual, entendida como el valor supremo que tiene su sentido de verdad y el derecho de expresarlo. La carpa de la fantasía persecutoria no apoya ni valora a los colectivos que impulsan su propia comunicación sobre pertenencia a una comunidad, no por la especulación del lucro y la ganancia.

La reflexión sobre la labor del periodista y su producción simbólica debe incluir un debate que defina las cosas por su nombre, que valore las experiencias alternativas y que sea independiente de las luchas y disputas de los monopolios y sus representantes ad hoc. Sólo con una mirada crítica desecharemos las palabras inútiles y su ficción para recuperar el valor del presente y nuestra historia. Así construiremos el futuro. (ANC-UTPBA).

Marcelo Massarino
Buenos Aires, diciembre de 2006

www.utpba.net/article155111.html
Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires
www.felap.info/Archivo/0208/2R.20080217.htm
Federación Latinoamericana de Periodistas

8 feb 2008

El fútbol es sagrado

¿Usted le tiene fe al María Mater Ecclesiae? ¿Es simpatizante, hincha o barra brava de éste equipo? ¿Conoce su historia, la superstición de cada jugador, sus cábalas? ¿Piensa que la Clericus Cup será más trascendente que la Jules Rimet ? Alfredo Ves Losada escribió una nota sumamente interesante en torno al fútbol, al Vaticano y el carisma de sus motivaciones. Ese artículo me llevó a escribir éste que seguramente llevará a un poeta, escritor o periodista a escribir otro. Un rosario de palabras jadeantes, votos y sortilegios entre arco y arco, entre el punto del penal y el silbato divino. Ante un tiro libre, ¿usted es capaz de rezar un Ave María?
Pues bien, para muchos la Clericus Cup es llamada en estos días la Champions League de la Santa Sede. Todo nació, según cuenta la leyenda, de la cabeza (no del cabezazo) del cardenal Bertone, Tarsicio. Ningún parentesco con nuestro amado y admirado Bertoni, Daniel. Este cardenal convenció a Benedicto XVI –llamado por las malas lenguas “el Beckenbauer de la Iglesia ”- para organizar un torneo de fútbol. Euforia y esoterismo. Se habló de la vidriera, de sponsor, de evangelización, de fieles, de la actualización. Oficios y comunión de santos. Creo que también de lo ventajoso para luchar contra el aborto, los homosexuales y los anarquistas. Gracias a Dios tuvo el visto bueno de su Santidad. Ergo, el cardenal convocó a dieciséis institutos romanos de formación diocesana. Y proliferaron equipos de fútbol con los seminaristas. El torneo se puso en marcha con jugadores de más de cincuenta nacionalidades. Un milagro: genuflexión y desplazamientos.
El Banco del Espíritu Santo aparentemente no intervino en ninguna publicidad pero colaboró con su mirada celestial. Una de las canchas auxiliares al Oratorio de San Pedro formará parte de la efemeridografía. Otro equipo: el Colegio Tiberino que intentó pasar a cuarto de final en el Grupo A.
Los nombres de los seleccionados son infernales, zigzageantes: Pontificio Seminario Gallito, North American, Pontificio Seminario Romano Maggiore, Universidad Lateranense, Redemptoris Mater… este último un equipo con letanías. La copa tiene forma de sombrero como los que lucían los seminaristas hasta los 90, con dos botines al pie. Un hallazgo bíblico, un emblema de la globalización. También participa un equipo cuyo nombre nos produce escalofrío: Legionarios de Cristo. Conservadores en el juego, dicen. Cuatro, cuatro, dos, dicen. Sin pecado concebido, dicen.
Hay banco de suplentes, entrenador, director técnico. Los seminaristas de Antioquia, los nigerianos y los colombianos parecen que dan que hablar. En el campo Cardinali Spellman - una leyenda como el Maracaná - es la cancha principal del Oratorio de San Pedro. Al entrar casi todos se persignan, otros besan el césped, ingresan por lo general con el pie derecho. Entran corajudamente. De afuera se escuchan los gritos de aliento, las hinchadas no tiran papelitos pero despliegan rezos, miran al cielo y entonan cánticos que no se parecen a los gregorianos. Códigos.
Se escucha: “tocando de primera”, “distribuyan la pelota”, “vayan por las puntas”, “se marca a presión”. En el Colegio Marista se hizo una especie de concentración con un almuerzo balanceado: pavo. El cocinero fue el padre Ignacio, Ignatius si usted conoce algo de latín. Hay sobrenombres, motes. Todo con beatitud. Algunos, devotos de la Virgen de Guadalupe, hacen sus pedidos. Mexicanos, qué duda cabe.
Un gol; el jugador levanta el puño derecho. Estatura canónica. Maradona, susurran. Admite, el goleador mira y admite. Pero hay más. Va hasta la platea y lo grita. Las matracas y los redoblantes hacen lo suyo. Está filmado: matracas y redoblantes. Describo, cuento aquello que leí y pude ver. Poco, poco. Y la gente corea, se abraza, se besa, tocan el cielo con las manos. No hay insultos, no hay laicos ni ateos ni desvergonzados. Reina la pulcritud, la pureza y el balón tiene algo espiritual, algo mágico. Impoluto, angelical, asexuado. Ninguna relación con el Mundial de Fútbol Gay que se hizo en Buenos Aires. Acá no hay maricas ni travestis ni onanistas. Ni monaguillos ni prostitutas.
(Estoy seguro que ninguno de ellos vio Sin techo ni ley de Agnés Varda ni Nadie sabe de Hirokazu Kore-eda. Tal vez me equivoque pero no creo, no creo.)
Hay tarjetas amarillas, no por el color de la bandera del Vaticano. Crearon una tarjeta azul, una tarjeta intermedia. Hay spray, ídolos, ritos. También algunos periodistas, devotos, moralizantes. No hay denuncias de proxenetas aunque el nombre de Marcial Maciel da vueltas en el campo de juego y sus alrededores. Silencio de monasterio. Los jugadores son, además, alumnos destacados. Estudian filosofía, teología, bioética. Algunas camisetas llevan el auspicio de Lotto en el pecho. Obediencia debida.
Al finalizar el encuentro se siente el olor a transpiración, no a santidad. No se sabe por qué pero muchos seminaristas brasileños no fueron convocados. En algunos el resentimiento se hizo ver. Culpas, algunos golpes beneméritos. Confesionario y a verlo todo detrás del alambrado. De Darwin no se habla. Ni de Galileo.
Hay fotos en los colegios de los muchachos. Alguien dice: “yo no estoy para hacer banco”. Aunque parezca mentira algunos les agrada la cumbia villera. Citan a Messi y a Carlitos Tévez. Saben que mañana les espera los abdominales, los piques, las carreras cortas, la elongación. Las duchas son como las de “ la Roma ”. Los espera la misa, la música y el reposo. Se juegan dos tiempos de treinta minutos cada uno.
Afuera, en los jardines, se escuchan los grillos. Moralejas eclesiásticas. “Que Dios te bendiga”, acotan al retirarse. El encargado del bufet les pregunta sobre el resultado, cómo jugaron, cómo están. En el bufet hay un bello crucifijo, grande, detrás de la caja, arriba del mueble de las gaseosas. Sutilezas, panoplias, platerías.
Felizmente, desde el día en que nací, soy de Independiente, de los Diablos Rojos. Como toda mi familia: padres, tíos, hermanos, primos. En la cancha aparece un “fana” disfrazado de diablo y en la popular una bandera lleva con claridad un número amenazante: 666. Una vez -hace años- pisé ese césped, caminé lo místico. Un proceso de levitación. No hay iglesia que nos ampare, me digo. Tal vez de allí el agnosticismo; de esas banderas rojas, de esa gente voluptuosa, de esos seres indolentes (como yo) que se emocionan en ese templo pagano, ateo, que sólo tienen fe en Lucifer. El de la visera, el de la Cordero , el de la calle Bochini.

Carlos Penelas
Buenos Aires, febrero de 2008


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5 feb 2008

San Lorenzo, Huracán y la Copa Centenario

El hincha, destinatario de la emoción que despierta el juego y al fin y al cabo el principal sostén del deporte más popular del país, sigue pendiente de un mensaje amable de parte de los responsables de su organización. De algo que demuestre que el fútbol mantiene buena parte de aquello que provocó amor e ilusión en incondicionales seguidores de varias generaciones.
San Lorenzo cumplirá 100 años en abril y Huracán en noviembre. Estos equipos tienen numerosas historias en común y una rivalidad de barrio que es el pilar de un clásico como no existe otro igual en la capital del país. Un clásico de vecinos que, desde su nacimiento, siguen siéndolo.
San Lorenzo y Huracán (por orden de aparición en la vida deportiva de Buenos Aires) deberían jugar en 2008 la "Copa Centenario", aunque los primeros sondeos (superficiales, por cierto) sobre la posibilidad de organización de un encuentro de estas características (o dos, en el Bidegain y en el Ducó), que sea independiente de la confrontación oficial en el Clausura y el Apertura, no provocaron respuestas entusiastas, ni firmes.
Apenas se escuchó un "podría ser" dicho con desgano, y en varios casos se apeló al tópico de la violencia que pondría en riesgo la seguridad de los asistentes, como excusa para no profundizar sobre el asunto.
River y Boca no coincidieron en el año de sus fundaciones (1901-1905). Tampoco Gimnasia-Estudiantes (1887-1905), ni Racing-Independiente (1903-1905), ni Rosario Central-Newell's Old Boys (1889-1903), ni Colón-Unión (1905-1907), protagonistas de partidos movilizadores, todos de singular atractivo.
Lo mismo ha ocurrido con Nacional-Peñarol (1899-1913), Real Madrid-Barcelona (1902-1899), o Real Madrid-Atlético de Madrid (1902-1903), Sevilla-Betis (1905-1907), Inter-Milán (1908-1899), Flamengo-Fluminense (1895-1902) y Alianza Lima-Universitario (1901-1924). Entonces, un clásico entre "azulgranas" y "quemeros" en sus primeros cien años se convertiría en un caso excepcional, en un partido de colección.
Y de colección serían las entradas con letras de oro y los programas impresos para cada espectador con los aspectos destacados de las historias de ambos clubes, los banderines alusivos y todo aquello que recuerde para siempre una fiesta de la más pura estirpe porteña.
¿Será tan difícil contratar a una banda de músicos que interprete los himnos de cada club antes del partido? ¿Será una osadía premiar con plaquetas encabezadas por los escudos de ambos clubes a Veira, Rendo, Marangoni, Carrizo, "Coco" Rossi, Hirsig, entre otros, que vistieron las dos camisetas?
¿Se podría señalar como una locura que los presidentes Savino y Babington presenten con breves discursos la celebración centenaria? ¿Y que el encuentro se televisara? ¿Y que el Gobierno de la Ciudad se asociara a un acontecimiento que tendría un rótulo integrador, pacífico y de respeto a las tradiciones futboleras?
¿O estoy crazy? diría Araujo.
El último mensaje que dio el fútbol argentino sobre las cuestiones relacionadas con las rivalidades fue desgraciado, patético. Luciano Leguizamón dejó de ser jugador de Gimnasia y Esgrima La Plata por haberle pedido la camiseta a Juan Sebastián Verón cuando comenzaba el descanso de un partido ante Estudiantes, y pasó a Arsenal.
En el fútbol argentino poco es lo que queda para rescatar a medida que avanzan oleadas de actitudes miserables, interesadas, malolientes. Por ahí, en medio de tanta pobreza intelectual y de espíritu, surge un guiño dirigido a la no violencia, al sentimiento y al interés del hincha, y de respeto bien entendido a la historia.

Enrique Escande
Autor de "Memorias del Viejo Gasómetro"